Solzhenitsyn

“Los dirigentes bolcheviques que tomaron Rusia no eran rusos, ellos odiaban a los rusos y a los cristianos. Impulsados por el odio étnico torturaron y mataron a millones de rusos, sin pizca de remordimiento… El bolchevismo ha comprometido la mayor masacre humana de todos los tiempos. El hecho de que la mayor parte del mundo ignore o sea indiferente a este enorme crimen es prueba de que el dominio del mundo está en manos de sus autores“. Solzhenitsyn

Izquierda-Derecha

El espectro político Izquierda-Derecha es nuestra creación. En realidad, refleja cuidadosamente nuestra minuciosa polarización artificial de la sociedad, dividida en cuestiones menores que impiden que se perciba nuestro poder - (La Tecnocracia oculta del Poder)

martes, 11 de diciembre de 2012

Farmafia


Desde que existen los seres humanos, e incluso desde antes de producirse la hominización, se han servido de las plantas para aliviar sus dolencias y curar sus enfermedades. A esa práctica se la denomina fitoterapia.
        
Claudio Galeno, el médico por antonomasia, se valía de preparados con hierbas, frutos, raíces, cortezas y hojas, tratados de variadas maneras, para curar. Dicho sea de paso, dice mucho de la inteligencia de Galeno que fuera un adversario acérrimo de las funestas doctrinas epicúreas. También Hipócrates utilizaba sus formidables conocimientos de las plantas para combatir las dolencias.
        
Con el desarrollo de la química y la puesta a punto de la llamada “ciencia médica” todo ese saber fue empujado fuera del ámbito de las prácticas curativas, tachándosele de “supersticioso” e “ineficaz”, cuando no de curanderismo. En no pocas ocasiones se ejerció y ejerce la represión por medio de leyes y normas legales contra quienes persistían en usar la sabiduría popular y los productos de la naturaleza para curarse y curar a sus iguales.
        
La razón de todo ello fue y es doble. Por un lado, el pueblo debía ser aculturado, para hacerle dependiente de la medicina oficial, alopática, de tal modo que la enfermedad se hiciera causa de acumulación de capital, bien con la medicina privada o bien con la medicina “pública” oficial, no menos mercantilista que la primera, pues de ella se sirve el Estado para llenar sus arcas con los pagos obligatorios que se han de hacer a la Seguridad Social. En un segundo momento, el ente estatal enriquece a las empresas farmacéuticas, las grandes beneficiarias del régimen del Estado de bienestar.
        
Por otro, todo el saber popular tenía que ser destruido. Sólo los sabios, los expertos podían curar. El médico, o profesional de la medicina, fue investido de poderes colosales, que son los que hoy tiene. Con ellos maneja a sus pacientes como si fueran cosas, les obliga a delegar en él/ella la tarea del cuidado de la propia salud, convirtiendo la relación médico/paciente en un vínculo de subordinación anímica del segundo al primero. Con todo eso se avanza mucho en la enajenación y cosificación del sujeto, lo que le hace más dependiente, infantilizado, sometido, ininteligente, irresponsable, acobardado y servil. No hace falta decir que esto NO es una crítica a los médicos, muchos de ellos personas ejemplares y abnegadas en grado superlativo, sino al sistema, a la estructura, al orden constituido en este terreno.
        
Todo esto comenzó con el anuncio institucional de que la fitoterapia era una superchería inútil, cuando no perniciosa, y que sólo las medicinas químicas, producidas en la gran industria capitalista, resultaban eficaces contra las enfermedades.
        
Dado que las plantas que curan están por todas partes, al alcance de cualquiera, no podía mercantilizarse la medicina sin hacer proceder los remedios curativos de una fuente que fuera propiedad privada, la industria química, por ella misma y por su sección especializada, la industria farmacéutica. En efecto, si los remedios se elaboran con corteza de aliso, bayas y flores de saúco, cola de caballo, llantén, ajenjo, lirios, ruda, hortensia, hojas de nogal, bayas de espino blanco, valeriana y tantos otros productos vegetales, en ese caso no hay mercantilización posible.
        
Es verdad que ahora sí la hay pues la vida en las ciudades hace difícil e incluso imposible lograr tales plantas, pero eso es un componente negativo más de una sociedad basada en las megalópolis. Viviendo en pequeñas poblaciones una buena parte o todas de las plantar curativas, así como de las comestibles no cultivadas, están literalmente al alcance de la mano. Los herbolarios son algo tan de las ciudades como el asfalto, el automóvil, la soledad, la amoralidad y el hormigón.
         
Tratado de Fitoterapia Superior
Fermín Cabal 2008
El libro comentado señala que la medicina química y tecnológica hoy en uso (sí, esa que con tanto ardor defiende cierta izquierda, que la califica de “conquista popular” con gran contento de la industria farmacéutica) causa hasta el 70% de las enfermedades, para las que señala, por tanto, causas iatrogénicas. Advierte que si se usara la fitoterapia muchas de tales dolencias no existirían. Cierto, aunque quizá aquel porcentaje es demasiado elevado.
        
Ciertamente, la eficacia e inocuidad de un parte de los tratamientos de la fitoterapia están, a mi entender, por probar. No se puede tener una posición crédula y acrítica sobre nada, pero eso no niega que muchos de los preparados de herboristería sean eficaces, más que los de la medicina ortodoxa, estatal. Al mismo tiempo, no debe descartarse a priori todo que la medicina alopática preconice, defienda y haga.
        
Por otro lado, no se puede olvidar que hay plantas venenosas, e incluso mortales[1]. Una parte de las curativas lo pueden ser si la dosis es excesiva o se administran inadecuadamente. En consecuencia, hay que buscar el equilibro entre todos los aspectos, actuar de un modo experiencial, no dejarse llevar por filias o fobias apriorísticas y buscar en todo lo razonable.
        
Sin duda, la recuperación de una medicina sustentada en buena medida en las propiedades medicinales de la flora será un gran logro.



[1] Una introducción a este asunto es el libro “Frutos silvestres comestibles y venenosos”, Manuel Durruti. Que todo lo natural es “bueno” es una majadería. Por ejemplo, las bayas de una planta tan común y omnipresente como el aligustre son bastante venenosas, lo mismo que los del arraclán. Los frutos del aro macho, tan espectaculares, son muy tóxicos. Los de la belladona, si no se usan con mucho cuidado, suelen ser mortales, quitando la vida por asfixia a quienes los ingieren, una forma horripilante de morir. Los del bonetero, que parece que nos están invitando a ser comidos, con su atractivo color rojo vinoso, matan a una persona que se trague unos pocos de ellos. Para terminar, es la observación y la experiencia, y no los dogmatismos o creencias de un tipo u otro, los que deben guiar nuestro actos en todo.



La mafia farmacéutica. Peor el remedio que la enfermedad

05/03/07 Por Carlos Machado

El mercado farmacéutico mueve unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto superior a las ganancias que brindan la venta de armas. Por cada dólar invertido en la fabricación de un medicamento se obtienen mil en el mercado. Este mercado, además, es uno de los más monopolizados del planeta, ya que sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del total de ventas.

El mercado farmacéutico mueve unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto superior a las ganancias que brindan la venta de armas o las telecomunicaciones. Por cada dólar invertido en la fabricación de un medicamento se obtienen mil en el mercado. Y las multinacionales farmacéuticas saben que se mueven en un terreno de juego seguro: si alguien necesita una medicina, no va a escatimar dinero para comprarla. Este mercado, además, es uno de los más monopolizados del planeta, ya que sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del total de ventas. De ellas, las seis principales compañías del sector –Bayer, Novartis, Merck, Pfizer, Roche y Glaxo- suman anualmente miles de millones de dólares de ganancias, a lo que hay que añadir más todavía, dado que todos los grandes grupos farmacéuticos son también potencias de las industrias química, biotecnológica o agroquímica. Todo ello, y su imparable avidez por seguir haciendo dinero y creciendo cual un parásito destructivo, hace que las multinacionales del sector, haciendo gala de una total impunidad, se desentiendan de su verdadero cometido, la salud, y no reparen en aplastar a competidores menores, atacar a gobiernos débiles que intenten enfrentarlas y, lo que es peor, mantener precios prohibitivos para las poblaciones de escasos recursos y a la vez fabricar productos que en muchísimos casos terminan envenenando a los eventuales pacientes.
Sobrados ejemplos hay en ese sentido. Uno de ellos tuvo como protagonista a Merck, uno de los gigantes farmacéuticos que se vio obligado a retirar del mercado a una de sus estrellas, el antiinflamatorio Vioxx (rofexocib), cuya venta le reportaba 2.500 millones de dólares al año. Pero hasta que Merck retiró ese medicamento fue demasiada la sordera, la negligencia y la falta de ética frente a las constantes advertencias sobre los riesgos cardiovasculares que producía. Actualmente, ese fármaco podría causarle a Merck muchas más pérdidas que su retiro de las ventas. En Estados Unidos, la compañía fue declarada responsable de la muerte de Robert Ernst y obligada a pagarle a su viuda 253,4 millones de dólares, pero se encuentran pendientes de resolución unas 5.000 denuncias, y puede suceder que la compañía farmacéutica tenga que desprenderse finalmente de entre 18.000 y 50.000 millones de dólares. Sin embargo no sólo Merck fue el responsable de la negligencia, sino que un organismo como la Agencia para las Drogas y los Alimentos (FDA-Foods and Drugs Agency), el ente gubernamental norteamericano que supuestamente debe velar por la salud y la alimentación de los contribuyentes, también es corresponsable.

Desde el año 2002 se sabía que el Vioxx aumentaba la posibilidad de generar infartos al corazón o problemas similares, por lo que corrieron las sospechas: ¿apoyó Merck algunos trabajos o investigaciones de la FDA, o hubo algún tipo de contraprestación o, si se prefiere, de “coimas”?. Nada de ello resultaría extraño, si nos atenemos a los antecedentes de la FDA en el juego de intereses con que son favorecidos los grandes grupos químico-farmacéuticos, y de los que nos ocupamos en notas anteriores. Lo cierto es que Merck no retiró al Vioxx del mercado hasta el año 2004, un retraso inexplicable ya que eran demasiadas las evidencias de múltiples efectos cardiovasculares adversos del fármaco, y una falta de respuesta rápida incomprensible en una compañía fundada hace 340 años.

La conclusión no es tan difícil: las ventas del producto fueron más importantes que sus efectos adversos.

Hipocráticos hipócritas

Hace tiempo que es vox pópuli el hecho de que los laboratorios acosan a los médicos para que éstos receten con exclusividad sus productos. Un acoso nada incómodo para los profesionales de la salud, ya que por aceptarlo se llevan no pocos beneficios. Lamentablemente hoy en día son una gran mayoría los médicos que de buen grado se dejan caer en las redes de este soborno. Incluso puede observarse, cuando alguien va a atenderse a un consultorio, de qué manera los doctores dejan de lado por varios minutos la atención a sus pacientes para dar preferencia a la recepción, en medio de los turnos, de trajeados visitadores médicos llevando en las valijas no sólo sus promociones, sino también los regalitos de rigor. Un caso de este tipo, y a gran escala, explotó con ribetes de escándalo en Italia, y la autoría del soborno en cuestión correspondió a otra de las grandes multinacionales farmacéuticas.

Luego de un trabajo que le llevó dos años, la Fiscalía de Verona hizo pública hace unos dos años una investigación que sacó a la luz lo que en ese país también era un secreto a voces: médicos que reciben regalos y sumas de dinero de una multinacional farmacéutica a cambio de recetar sus productos. La acusación apuntó, con nombres y apellidos, nada menos que a 4.400 médicos de toda Italia y a 273 dirigentes y empleados del grupo británico Glaxo Smith Kline (GSK), uno de los líderes mundiales del sector, cuya sede italiana se encuentra precisamente en Verona. Las prácticas en cuestión se llevaron a cabo en el período 1999-2002, y las acusaciones van de soborno y corrupción a asociación delictiva en el caso de algunos dirigentes de Glaxo en Italia.

La investigación se originó en la región del Véneto, cuando la Policía Fiscal descubrió en la contabilidad de la compañía una cantidad exagerada, de alrededor de 100 millones de euros, destinada a “promoción”. La Fiscalía acusó a Glaxo de haber desembolsado un millón de euros anuales para que los médicos prescribieran determinados fármacos y se atuvieran al catálogo de la compañía. De acuerdo a lo explicado por la policía italiana, todo el sistema de “comisiones” y regalos era controlado por un sistema informático conocido con la clave “Giove”, en el que era registrado el rendimiento de cada médico y en base a ello se establecía la importancia del premio.

Los métodos de captación de los profesionales utilizados por Glaxo incluían viajes a lugares paradisíacos, relojes de oro, computadoras personales y dinero en efectivo. En algunas conversaciones telefónicas interceptadas por los investigadores en 2003, algunos vendedores de Glaxo se jactaban del aumento en las ventas logrado gracias a los sobornos. Por su parte, los fiscales informaron que la firma cuidaba a los facultativos en todos los niveles, desde la medicina general -2.579 profesionales denunciados- con obsequios de computadoras, reproductores de DVD o cámaras fotográficas, hasta los especialistas, con 1.738 acusados que recibían obsequios aún más valiosos como viajes, financiación de congresos y elementos de alta tecnología.

Asimismo hubo un grupo de 60 médicos investigados, adscriptos a servicios de oncología, que participaron en un programa denominado Hycantim, un producto para el tratamiento de tumores. Según las acusaciones, esos médicos recibían incentivos por cada paciente al que le prescribían ese fármaco. Uno de los fiscales señaló, al referirse a los ejecutivos de la compañía y el precio del producto: “Para esta gente, cada enfermo valía 4.000 euros. Daba igual si el medicamento era bueno o no, lo importante era tener el mayor número de pacientes”.

Una buena muestra de que la codicia de la industria farmacéutica ha convertido la enfermedad en un negocio. En el caso antes apuntado, contando con la complicidad de médicos que ningún favor le hacen a su otrora noble profesión, manchando el juramento de Hipócrates y convirtiéndolo en un código de hipócritas.

Bayer, mucho más que una aspirina